Un plan perfecto o la nostalgia del pulp.
“Todo
tiempo pasado fue mejor”, reza una vieja frase. Obviando lo falaz de tal
sentencia, desafío a arrojar la primera piedra a todo aquel que no haya sido
asaltado por la nostalgia, al menos una vez en la vida, y afirmara categóricamente
que antes todo era mejor. Este mismo sentimiento es precisamente el que en
principio impregna las páginas de Un plan
perfecto (Grijalbo, 2017), de Iván Farías. Una nostalgia por épocas pasadas,
personificada en Diego Rodríguez, el Soñado,
un ladrón de la vieja escuela, que añora los tiempos en que el hurto era un
juego de inteligencia en vez de un acto violento y Danilo Zempoaltecatl, un
político tlaxcalteca de poca monta con grandes ambiciones electorales y que
suspira por los tiempos de gloria del PRI. Dos personajes que parecen
anacrónicos en los tiempos que corren. Y por debajo de esta lectura evidente,
hay otra subterránea, más sutil, en la cual encontramos un comentario del autor
hacia la novela negra mexicana actual.
Un plan perfecto
es una novela negra, específicamente una novela de atracos. Aquí tenemos el
primer elemento subversivo en la obra de Farías, pues es posiblemente la única
novela negra mexicana de este tipo, oponiéndose a la vertiente realista, más común
en las letras nacionales. La figura del detective existe en México, siendo sus
buques insignia Héctor Belascorán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II y Edgar “Zurdo”
Mendieta, de Élmer Mendoza, pero no son la regla y por ende en la mayoría de
las novelas con la denominación de “negra”, lo imperante no son los detectives resolviendo
misterios sino las historias que buscan hacer una radiografía social de la
situación de violencia en el país, cargando las tintas hacia al dramatismo y la
crudeza. Iván Farías pasa olímpicamente de todo esto y apuesta por una
propuesta más pulp, en la que si bien
tenemos una imagen clara de cómo funciona la delincuencia, tanto nacional como
internacional, su interés está en volver a los orígenes del género, a esos
libros de kiosco donde impera la acción y los personajes memorables, escritos
para impresionar lectores y no críticos, pero que al mismo tiempo nos hablaban
de la naturaleza humana más básica: ambición, celos, lujuria, amor y un largo
etcétera, y que su sencillez (más no simpleza), las ha vuelto lecturas
atemporales mientras otras “grandes obras de su tiempo” se hallan
envejecidas, guardando polvo olvidadas en alguna biblioteca.
¿Cómo
se da esta subversión de Un plan perfecto
con respecto a esa ‘otra literatura negra’? Simple: opta por una prosa directa,
sin florituras, pero perfectamente pulida y cargada del humor necesario para que
resulte irresistible para cualquier lector. A esto hay que añadirle un ritmo
endiablado que no da respiro y tenemos el coctel perfecto de diversión. Sus
personajes quizá no tengan un desarrollo demasiado profundo, pero aquí radica
una de las virtudes de la literatura policial y que Iván Farías domina
perfectamente: la definición de un personaje en pocos trazos. Desde siempre el
elemento primordial en la literatura de género negro es el argumento, la
historia narrada, es por ello que no se pierde demasiado tiempo en otros
elementos que podrían entorpecer el rito de la novela, como el desarrollo de personajes. Por
ello los autores adquirieron la habilidad de perfilar a sus carácteres con
algunas pocas líneas contundentes, que le den suficiente entidad y haciéndolos
rápidamente reconocibles para los lectores. El ejemplo más evidente es el
profesor James Moriarty, el archienemigo de Sherlock Holmes, quien aparece en un
solo relato (El problema final) y
después sólo se menciona vagamente en una novela y un relato más, y no obstante,
a día de hoy es uno de los personajes más famosos de la literatura universal. Lo mismo ocurre con Diego Rodríguez, el Soñado y Danilo, de los que tenemos
apenas pinceladas pero son suficientes para entenderlos y hasta simpatizar con
ellos, pese a su calaña.
Es
la conjunción de todos los elementos mencionados anteriormente lo que convierte
a Un plan perfecto en una novela
negra “de las de antes”, cuya apuesta abiertamente pulp es una crítica sutil
hacia esa supuesta novela negra más seria, que pretende ser una evolución de un
“género manido”, pero que al analizarla con mayor profundidad resulta que no
hay nada de novedoso en su propuesta y resultar ser la misma literatura
mexicana de siempre, que cambió los viejos temas: las dictaduras, la identidad
latinoamericana, el imperialismo yanqui, etc., por el crimen y la violencia derivada
de éste, pero en cuanto a formas se sigue escribiendo de la misma manera. En
consecuencia, la obra de Iván Farías resulta novedosa, paradójicamente, por
recuperar un estilo de narrar de hace décadas pero que casi no se utiliza en México
y demostrando que a veces los tiempos pasados fueron mejores.
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