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Mostrando entradas de agosto, 2011

Cenicienta.

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Para la verdadera Cenicienta. Tras ella se cerró la puerta quedamente, como apenada por hacer ruido. Siempre volvía a casa de la misma manera, en silencio. Era parte de las reglas no escritas de su hogar. Un reglamento al cual no comprendía muy bien pero tampoco se atrevía a cuestionar. Quizá su inescrutabilidad se debía a que eran mandamientos provenientes de tiempos antiguos, antes del hombre, antes incluso de Dios. Provenían del caos, de los miedos fundamentales que con el pasar de los siglos fueron adquiriendo forma, tornándose primero en vida y posteriormente en civilización. En la escuela había aprendido eso. La historia del hombre es la historia del miedo. Los primeros seres humanos no se agruparon por fraternidad entre ellos, lo hicieron por miedo a los demás animales; las primeras guerras fueron por miedo a que otro grupo los atacara; las religiones mismas se basan en el miedo a lo desconocido, al más allá, a la muerte. Ese miedo primigenio, estaba segura, anidaba en el espí

Paralelos

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Ella… …observa el reloj: Las horas se alejan, lentas, inexorables, tristes, implacables, cíclicamente… llevándose consigo a la mujer que deseó ser. Sólo queda la mujer ejemplar: madre, esposa, ama de casa. La rutina es su nuevo credo.  No hay lugar para Hipólitas. Él… …añorando los días mejores (esos que sólo existen en los álbumes fotográficos).  Sobreviviente de la Troya de Homero, no de la de Schliemann, cuyos susurros vagan por las polvosas calles de Comala. Cómo todo soldado derrotado, ha perdido la voluntad de luchar. Ella… Recuerda…  …sólo recordando.                                   Recuerdo…           …paliativo de los esclavos y los muertos. La vida no tiene memoria… Los amores pasados no existen, ahora lo sabe. Y como toda revelación divina, no sirve de nada. Él… Fue contagiado del mal de Epimeteo. Sus cadenas son más gruesas y pesadas que las de su hermano. No existe Dios