Cuento de hadas


Érase una vez, en un reino muy, muy lejano...

Una bella princesa se encontraba cautiva en la torre más alta de un castillo ubicado en la región más remota del reino. Era custodiada por un fiero y aterrador dragón. Durante años, muchos valientes caballeros intentaron rescatarla, pero invariablemente todos perecían a manos de la gran bestia guardiana. Por eso la princesa siempre se encontraba triste, añorando a un valiente guerrero que pudiera salvarla y le enseñara lo que es el verdadero amor...

Un día, apareció un joven príncipe, famoso por su galanura y su destreza con la espada. A sus oídos habían llegado noticias de la princesa cautiva, por lo que su hambre de amor y aventuras se avivaron y rápidamente emprendió el viaje en busca de la damisela en apuros. Una vez frente a la prisión lo único que lo separaba de la princesa era el dragón. Fue una batalla épica de la cual hablaron los trovadores durante generaciones. El dragón luchó como nunca pero al final terminó vencido por la espada del príncipe. Muerto el monstruo, el joven guerrero liberó a la princesa y la llevó con él a su reino donde finalmente se casaron y vivieron felices...

Habían pasado varios años desde aquella aventura. El príncipe y la princesa ahora eran Rey y Reina. El joven monarca era un excelente gobernante; noble, compasivo, justo y totalmente entregado a su pueblo. Por lo mismo pocas veces tenía tiempo para pasarlo con su consorte. Ella se dedicaba entonces a las labores propias de una Reina y a la crianza de sus hijos. Fue entonces que sin darse cuenta comenzó a sentir nostalgia por el dragón. Aquel era un ser huraño y hosco, pero siempre estaba ahí, siempre atento a sus necesidades y siempre dispuesto a dar su vida con tal de protegerla de cualquier peligro. Pero el dragón se había ido... y ella se tenía que conformar con su final de cuento de hadas.

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