Curiosidades (5): "Lámpara sin luz", de Arturo Trejo Villafuerte

 


No cabe duda que los caminos de hacia la lectura son misteriosos. Me volví lector en la adolescencia, allá por finales de los años noventa. Conan Doyle y Agatha Christie fueron los que me iniciaron en el mundo de la literatura, por lo cual, en esos primeros años me dediqué a buscar sus libros y otros que fueran parecidos. Fue así que un día me topé con un libro extraño, que en la contraportada afirmaba ser una novela policíaca. Pero algo no encajaba, pues el autor era mexicano y la acción ocurría en la Ciudad de México, no en Londres, Los Ángeles o Nueva York. ¿En serio había detectives en México? Además, el protagonista no se parecía en nada a Sherlock Holmes o Hércules Poirot. La experiencia resultó inesperada y aunque no podría afirmar que fue desagradable, me decepcionó bastante al no cumplir con mis expectativas. Veinte años después, siendo ya un lector experimentado (y especializado), decidí darle una segunda oportunidad a Lámpara sin luz, de Arturo Trejo Villafuerte y confirmar si mi primera impresión continuaba siendo negativa. 

La novela es protagonizada por Conrad Sánchez, un veterano de la guerra de Vietnam y poeta frustrado, que se gana la vida como detective privado en la Ciudad de México. Romántico, nostálgico incurable y con un gusto por la bebida que roza peligrosamente el alcoholismo. Es contratado por un rico ganadero de Coahuila para que investigue la desaparición de su hija, una estudiante de la UNAM. Este personaje es sin duda el pilar de la novela, pues gran parte de ella se centra en contarnos su vida (el libro tiene trece capítulos de los cuales ocho están dedicados a esto último). Desde su niñez hasta su enrolamiento accidental en el ejército de Estados Unidos para ser enviado a combatir a Vietnam. Gracias a esta narración pormenorizada logramos profundizar en el detective y conocer su personalidad, sus miedos y pasiones. Con ello, el autor logra construir un personaje perfectamente bien definido, aunque deba detener totalmente el avance de la trama policíaca. Y esto no es realidad tanto problema pues lo que nos muestra es interesante y bien narrado. Lo problemático es que esconde la principal falla de la novela: su argumento. Éste es sumamente básico y se resuelve de forma algo torpe y atropellada, en apenas tres capítulos finales, lo cual consigue que la novela se note demasiado descompensada al tener un buen personaje protagonista, pero con una historia floja. Un ejemplo es la aparición de una siniestra secta a la que pertenecen personas importantes de la política, el medio empresarial y artístico. Resultaba un elemento muy interesante que no se aprovecha.

Por otra parte, uno de los aspectos más interesantes de la novela es su intertextualidad y sus elementos metaficcionales. Conrad Sánchez es un gran lector, tanto de novelas policíacas como de poesía y a lo largo del libro esto se hace patente con la aparición de una gran cantidad de guiños a ambos géneros literarios. El detective menciona algunas lecturas de autores nacionales como Rafael Bernal y María Elvira Bermúdez (a quién se incluye en la dedicatoria de la novela), es amigo de Héctor Belascoarán Shayne, el protagonista de las novelas de Paco Ignacio Taibo II; suele beber en La Guadalupana, en Coyoacán, cantina predilecta de Ifigenio Clausel, el detective protagonista de las novelas policíacas de Rafael Ramírez Heredia (que en el libro aparece bebiendo en dicha cantina) y hasta es auxiliado por Eddy “Tenis” Boy, personaje creado por el escritor mexiquense Eduardo Villegas y que protagoniza su propia saga policíaca. Por otra parte, Conrad es amigo de infinidad de poetas, periodistas y catedráticos universitarios, incluido el propio Arturo Trejo Villafuerte que se menciona constantemente en el libro (hablando de auto promoción desvergonzada), lo cual en realidad es un reflejo del propio autor pues claramente es un homenaje a sus amigos. Y al final termina funcionando como un registro de la escena de la poesía nacional a mediados de los noventa.

Lámpara sin luz se inscribe dentro del llamado Neopolicíaco latinoamericano, pues su protagonista está claramente inspirado en los ya citados Héctor Belascoarán Shayne y Ifigenio Clausel. Del primero heredando su sentido de la justicia y del segundo su gusto por el alcohol y las mujeres. Además, la secta de “El Quinto Real” funciona como metáfora del Poder, al cual no le importa pasar por encima de nadie con tal de saciar su apetito, otorgándole al libro el contenido social propio de esta modalidad literaria fundada por Taibo II. Y como suele ocurrir en este tipo de obras, el paisaje urbano de la gran metrópoli (en este caso la Ciudad de México) es el que predomina, pese a las retrospectivas de la selva vietnamita.

Es una lástima que la novela tenga tantos problemas de estructura, pues si en vez de detener completamente la acción de la historia policíaca para evocarnos el pasado de su protagonista, se hubiera optado por ir alternando estos capítulos con los de la trama principal, habría resultado más equilibrada y hubiera disimulado mucho mejor la simpleza la misma, tal y como sucede en Vientos de cuaresma, de Leonardo Padura, por ejemplo. Esto es lo que a mi parecer evita que Conrad Sánchez forme parte del panteón de grandes detectives nacionales, al lado de Filiberto García, Héctor Belascoarán Shayne y Edgar “El Zurdo” Mendieta. Pese a ello, mi recuentro con esta novela fue agradable y mi impresión de ella mejoró bastante, por lo cual es una lectura recomendada, con la advertencia de que tiene bastantes fallos.

 


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