Curiosidades (7): Apariencias engañosas, de Juan García Ordoño

 


Los años noventa son una época apasionante para la literatura policíaca mexicana. Pues es el ascenso de la novela negra norteña, con autores que a día de hoy tienen una gran trayectoria en el género como Gabriel Trujillo Muñoz, y su saga del abogado Miguel Ángel Morgado, Juan José Rodríguez o Élmer Mendoza. Además, existe una serie de grandes obras como Otras caras del paraíso, de Francisco Amparán, El crimen de la calle Aramberri, de Hugo Valdés y La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, de César López Cuadras, que fueron el inicio de un tipo de literatura que, desde entonces, se cultiva con gran éxito y calidad en el Norte del país. No obstante, hubo un tiempo en que la crítica centralista, al desconocer dicha efervescencia creativa, opinaba que la citada década fue un tiempo magro para este tipo de historias, al no haber autores defeños que tomaran el relevo del ubicuo Paco Ignacio Taibo II. Tal afirmación es una falacia del tamaño del monumento a la Revolución, pues los noventa fue la época en que se publicaron la mayoría de las novelas de Juan Hernández Luna, uno de los grandes del género en México. Además, hubo obras más discretas como es el caso de Apariencias engañosas (Promexa, 1993), de Juan García Ordoño, segunda entrega de la trilogía del investigador privado Juan Caballero Urrutia.

La historia narra como el detective Juan Caballero Urrutia es contratado por Gabriela Gutiérrez Frías, para que rescate a su hijo secuestrado por su abuelo, José Manuel Quiñones, un nuevo rico encumbrado gracias a sus conexiones con las altas esferas políticas. El caso parece sencillo al principio, pero se complica cuando aparece en escena un misterioso agente de la policía judicial, llamado Raúl, propenso a narrar truculentas anécdotas de su oficio, y empiezan a aparecer cadáveres. Es así como el protagonista debe vérselas tan con delincuentes con placa como con otros de almidonado cuello blanco.

Empezaré por lo bueno del libro: el retrato del sexenio salinista, en el cual, las políticas neoliberales iniciaron una serie privatizaciones que ocasionaron el ascenso de varios empresarios, que de la noche a la mañana se volvieron multimillonarios gracias a su cercanía al Presidente. Esto se representa muy bien en el personaje de José Manuel Quiñones, quien prácticamente hace lo que quiere (desde estafar impunemente a sus socios hasta secuestrar a su nieto), sin temer a las consecuencias pues se sabe bajo el cobijo del todopoderoso gobierno priista.

El resto del libro, desafortunadamente, no está tan bien logrado. El autor intenta que su detective sea una especie de émulo de los protagonistas clásicos del hard-boiled, pero en clave chilanga, pero sin conseguirlo. Además, demuestra cierta consciencia social en la que se deja ver la influencia del Belascoarán de Taibo II, pero no alcanza el carisma de éste. En general, Juan Caballero Urrutia, no logra sentirse como un personaje memorable pues se le nota demasiado el árbol genealógico y termina sintiéndose como un monstruo de Frankenstein con retazos de aquí y allá. El resto de personajes no sale mejor parado y tan sólo son un desfile de tópicos del género. Por su lado, el judicial, Raúl, aunque podría parecer interesante al principio, al poco rato se revela como un personaje que ya hemos visto antes en otros libros anteriores. Otra cosa difícil de entender es como siendo una novela tan corta (de apenas 160 páginas), da la sensación de tener muchos capítulos de relleno y que sólo están ahí para engordar un argumento tan simplista que incluso su vuelta de tuerca final se ve venir desde lejos.

En conclusión, Apariencias engañosas es una novela negra bastante olvidable, con una trama floja, un protagonista que resulta aburrido de tan tópico y del que ningún lector se acordará luego de terminar el libro. No recomiendo su lectura a menos que sean unos completitas del género policíaco mexicano.


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