Curiosidades (12): Corrientes secretas, de Rosa Margot Ochoa
Resulta indudable que Agatha Christie es la escritora
más importante de una modalidad de la literatura policíaca conocida como novela de enigma (también llamada
novela-problema o detectivesca). Durante más cinco décadas llevó a esta
variante del género hasta su punto más alto. Es por ello que su influencia se
deja sentir incluso en nuestro tiempo, pese a que la novela de enigma
actualmente se le considera como una forma anticuada y prácticamente en desuso.
En México cuando se habla de autores y autoras influenciadas por la escritora
inglesa, siempre sale a relucir el nombre de María Elvira Bermúdez, siendo
conocida en cierto momento como “La Agatha Christie mexicana”. Sin embargo,
existe otra autora que si bien no cultivó el género más allá de una sola
novela, una obra de enigma modélica, la influencia de la oriunda de Torquay es
más que palpable. Me refiero a Rosa Margot Ochoa y a su libro titulado Corrientes secretas.
Corrientes secretas (Federación
Editorial Mexicana, 1978), narra la historia de Luisa Escudero, una joven
maestra, la cual es contratada para dar clases particulares a un par de niñas,
Estela y Anita, las hijas de Armantina del Ribero, en una apartada y próspera Hacienda
en el estado de Yucatán. Sin embargo, desde el primer momento de entrar en
aquel lugar, Luisa percibe una atmósfera extraña, opresiva y siniestra,
presagio de los funestos sucesos que se desencadenarán poco tiempo después de
su llegada.
El
planteamiento inicial es muy típicamente Agatha Christie, quien escribió varios
relatos en los cuales el punto de partida es una mujer profesionista
(enfermera, profesora, institutriz, etc.) contratada para trabajar en una
apartada casa de campo y que funge como testigo ajeno e imparcial al drama
familiar de turno que inevitablemente desembocará en un asesinato. Aquí sucede
lo mismo, pues es a través de los ojos de Luisa que nos vamos enterando de cómo
funcionan las cosas en la Hacienda del cenote: desde el pasado trágico de la
familia de Ribero, la aparente anormalidad mental de Anita, la hija más pequeña
de la señora de la casa, que la mantiene en perpetuo estado de consternación,
así como de los secretos resentimientos que tienen algunos de los personajes
que orbitan entorno a la familia. Aunque hay que decir que Luisa no se limita a
ser simplemente una pieza más en el puzzle, como sucede en algunas obras de
enigma típicas; es un personaje bien definido y desarrollado, con el que
resulta fácil empatizar, a pesar incluso de algunos de sus puntos de vista un
tanto anticuados muy propios de la época de la novela.
El
que quizá sea el mayor logro del libro es su atmósfera. Desde las primeras
líneas, la autora va construyendo poco a poco un ambiente tenso y enrarecido
que de inmediato atrapa al lector. El misterio se va tejiendo lentamente,
presentando a los protagonistas y su posible función en el drama, para de
repente darles un giro, derribar las máscaras y mostrarlos en su verdadera
dimensión humana, con todas sus virtudes y miserias. A nivel estructural, la
novela está muy bien armada. Ochoa suelta aquí y allá, pequeños indicios
aparente intrascendentes pero que al final resultan importantísimos. Aunque hay
datos que se guarda un poco tramposamente, en general la obra juega limpio con
el lector, por lo cual el enigma a resolver funciona con precisión de reloj
suizo.
Como
cosas negativas, puedo añadir que la parte de la investigación policiaca
propiamente dicha empieza en el último tercio del libro (unas cincuenta
páginas) y aunque todo queda perfectamente explicado, no deja de sentirse un
poco apresurada. Más si se le compara con las dos primeras partes cuyo ritmo es
más pausado y por lo mismo mucho mejor llevado. Da la impresión de que la
autora quiso terminar la novela demasiado rápido al final. Por otra parte, el
detective encargado del caso tampoco es muy memorable. Es un investigador
arquetípico de este tipo de historias: inteligente, observador, analítico y con
gran poder de deducción; una especie de Poirot maya, pero sin ninguna otra
característica que lo distinga de otros colegas del género. El resto de
personajes tampoco es particularmente interesante, están bien definidos y hasta
ahí.
Y en
una nota más bien subjetiva, aunque considero que es una novela muy bien
escrita, quizá un lector moderno encontrará su prosa un tanto anticuada. A
pesar de haber sido publicada originalmente en 1978, se siente mucho más vieja.
Y es que desafortunadamente esa es una cruz con la que debe cargar la
literatura de enigma. Nacida en el siglo XIX, fue una veta muy sobreexplotada,
especialmente durante su periodo de esplendor (1920 – 1940), por lo cual las
otras modalidades del género (noir, thriller, procedimental, etc.) con estilos
más modernos y vanguardistas han envejecido mucho mejor.
En conclusión, Corrientes secretas es una muestra excelente del policíaco de enigma mexicano. Ahora que vivimos en los tiempos de la reivindicación, sobre todo de autoras, es el momento ideal para traer al foco público esta novela. Quizás no ha envejecido del todo bien, pero no es nada desdeñable, tanto como pieza histórica como literaria.
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