Hannah Wolfe (2): Conflicto explosivo: Entre el tocino y el neoliberalismo.
Una de las muchas virtudes del género negro es su
flexibilidad temática. Aunque hay ciertos asuntos recurrentes debido al interés
que generan perpetuamente, tales como la corrupción política, el crimen
organizado en todas sus formas y variantes, el terrorismo, etcétera; lo cierto
es que también puede ir más allá, temáticamente hablando. La primera entrega de
la saga de Hannah Wolfe, Marcas de
nacimiento, es buena muestra de ello, centrándose en la cuestión de los
vientres de alquiler. Su continuación, Conflicto
explosivo, igualmente abandona los lugares comunes del noir y se sumerge de lleno en el contexto de la experimentación en
animales. ¿La segunda entrega de la saga policiaca creada por Sarah Dunant
logrará superar a su antecesora?
La novela comienza con Hannah Wolfe siendo contratada
por el científico Tom Shepherd como guardaespaldas/niñera de su hija Mattie
durante un viaje de compras. La muchacha de escasos 14 años, enfadada por la
situación, no le pone las cosas fáciles a la detective. Pero tras un inicio
accidentado ambas féminas terminan congeniando. Más tarde el padre de Mattie
sufre un atentado con explosivos del cual sale ileso. Hannah se toma aquello
personal y decide investigar el caso a la par que la policía. Dando así inicio
a un complejo caso que involucra activistas por los derechos de los animales, ganaderos
y multinacionales, todo mientras la detective lidia con su turbulenta vida
amorosa.
En Marcas de
nacimiento había una trama sencilla (demasiado sencilla, en opinión de
algunos lectores) que transcurría sin demasiados sobresaltos o con poca
espectacularidad. Esta, en cambio, posee un argumento con más momentos de
acción (una concesión a los lectores que esperan esto en toda novela
policíaca), pero que resultan subvertidos a causa del género de la protagonista
y el hecho de ser todo menos una action woman.
Lo cual le otorga cierto grado de originalidad a la historia.
Pese a que la lucha por los derechos de los animales no es algo nuevo, no es un tema que se haya tratado excesivamente en la ficción. Y cuando se hace por lo general es de manera superficial y bastante maniquea. Esto no ocurre en el libro de Sarah Dunant, quien nos muestra las diferentes perspectivas sobre el tema.
Primero están los activistas, a quienes se nos presentan
sin romanticismos. Por un lado, son personas comprometidas de verdad con su
causa, pero que en nombre de ella son capaces de llevar a cabo actos
reprobables y, en algunos casos, llegar a corromperse completamente.
También se aborda la idea, incómoda para el lector, de
que el sufrimiento animal se permite gracias a la indiferencia de las personas
comunes que queremos nuestros alimentos siempre disponibles en grandes
cantidades a bajo costo, sin cuestionarnos el cómo se obtienen. Y que si las
personas moderáramos el consumo de productos de origen animal (lo que hoy en
día se conoce como consumo sostenible), no habría necesidad de experimentar con ellos para acelerar su crecimiento y así aumentar la producción. Esta
perspectiva es personificada en un ganadero que cuestiona el punto de vista de
los activistas, quienes, en su opinión, no toman en cuenta a los granjeros que
a duras penas sobreviven de la crianza de ganado y cuya producción cada día resulta
más insuficiente debido a la irracional demanda de alimentos. Por lo cual son
presa fácil de las multinacionales y sus productos.
La novela también escarba en el oscuro mundo de las
multinacionales y sus prácticas poco éticas, en este caso, en la industria
alimenticia. A estas compañías, además de tenerles sin cuidado el bienestar del
ganado con el cual experimentan para crear sus productos, muestran poca o nula
preocupación por los potenciales efectos nocivos para la salud de los consumidores
en tanto su margen de ganancias sea lo más amplio posible. Llegando incluso a
cometer acciones que rayan en la ilegalidad o incluso la trasgreden, al ejecutar
flagrantes actos de corrupción. Al ser una novela de principio de los años
noventa, el neoliberalismo está en su cénit y, por ello, algunos comenzaban a
cuestionarse que quizá las desregulaciones del mercado impulsadas por los
gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido en los ochenta no eran tan buena
idea. Sobre todo, cuando comienzan a verse las prácticas cuestionables
realizadas por varias empresas trasnacionales para aumentar sus beneficios.
Como ocurría en la novela anterior, la autora consigue
poner sobre la mesa un tema y diferentes perspectivas sobre el mismo, para que
el lector se haga su propio juicio al respecto, sin tratar de imponerle su punto de
vista (aún y cuando éste es relativamente claro).
Conflicto explosivo también posee, aunque en menor medida que en Marcas de nacimiento, una actitud
desmitificadora. Sin embargo, es quizás lo que más se perdió en esta segunda
entrega. Por ello, dicho elemento lo encontramos puntualmente en dos situaciones.
La primera es en la relación de Hannah Wolfe con el bombardero al que persigue
durante todo el libro. Lo común en este tipo de planteamiento es que la relación
se muestre como un juego de oposición en el que ambos extremos
(protagonista/antagonista) son en realidad dos caras de una misma moneda. Pero
al hacer que la protagonista sea una mujer fuerte e inteligente y el
antagonista un hombre machista que se vale del sexo y la violencia para
alcanzar sus objetivos consigue, además de establecer un antagonismo absoluto, que
te cuestiones la heroicidad del protagonista tradicional de noir, pues en muchos aspectos no resulta
muy diferente del villano de la historia. Además, demuestra que figuras
heroicas alternativas al duro detective clásico resultan igual de válidas para
protagonizar esta clase de relatos.
La otra situación desmitificadora tiene que ver con la
relación de pareja de Hannah. Nick, que así se llama su novio, es un
terapeuta especializado en jóvenes problemáticos. Es un hombre inteligente, tranquilo
y comprensivo, que se aleja de arquetipo de masculinidad tradicional. Esto lo
hace la autora con la clara intención de alejarse del lugar común del hombre que
menosprecia a su pareja sólo por sus prejuicios machistas. El conflicto de Nick
surge porque considera que Hannah está más comprometida con su trabajo que con
su relación. Pero lo más interesante y trasgresor (para su tiempo, al menos),
es que la protagonista deja bien en claro que no está enamorada de su novio y
que su relación está basada en la búsqueda del placer que ésta le proporciona,
lo que subvierte el tropo del sentimentalismo femenino.
En conclusión, Conflicto
explosivo gana en escala y acción, pero pierde frescura debido a estas
concesiones. Es una novela divertida, con un argumento más elaborado y una
propuesta y perspectivas interesantes sobre un tema que sigue vigente hoy en día.
Además, Hannah Wolfe continúa siendo un personaje sólido y entrañable que
consigue que nos interesemos en seguir sus andanzas. En mi opinión, esta novela
no logra superar a la entrega anterior, pero no le va demasiado a la zaga. Altamente
recomendada.
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