De carne y acero



Como un hijo de los años ochenta crecí con varios filmes que a la postre se convertirían en iconos de la cultura pop, tales como Rambo, Terminator, Duro de Matar, Arma Mortal, Depredador, y un largo etcétera. Olvidándome de esnobismos sobre la calidad “artística” (o falta de ella), sobre este tipo de cine hay que señalar que en algunos casos gracias a su estatus de clásicos del cine comercial y a su inmensa popularidad, se les ha menospreciado aún cuando algunos de ellos poseen características por las que merecerían una revaloración crítica más allá de su calidad técnica. Este es el caso de Robocop (Paul Verhoven, 1987), película de ciencia ficción que merecía un aprecio artístico mayor que el que merecen filmes del mismo género muy sobrevalorados, como Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Mientras ésta última es una artificiosa mezcla de cine negro con ambiente futurista, cuyo mayor mérito consiste en su sorprendente (aún en nuestros días) despliegue visual, su contenido aunque interesante se diluye entre sus grandes imágenes y el superficial trato del mismo. El filme del policía cyborg, en cambio, es una efectiva y muy incisiva crítica al capitalismo neoliberal que conoció su apogeo en los ochentas, y sobretodo, en los años noventas.

La trama de Robocop nos sitúa en la ciudad de Detroit en un futuro cercano. La delincuencia ha alcanzado niveles intolerables y el gobierno aparentemente no es capaz de controlarla ya que ha cedido la administración del cuerpo de policía a una multinacional conocida como OCP (Omni Productos de Consumo). Sin embargo, en vez de mejorar la situación pareciera que la OCP deseara debilitar aún más a la corporación policiaca, puesto que no invierte mucho en ella, logrando como consecuencia una alta mortalidad entre los agentes. Dicha situación ha generado gran descontento entre los oficiales que amenazan con irse a la huelga. En medio de este escenario aparece Alex Murphy (Peter Weller). Éste es un buen policía que es transferido a la zona más conflictiva de Detroit. Su carrera ahí sería muy corta pues moriría tras enfrentarse a un grupo de criminales… o eso se creía. Lo cierto es que sería utilizado como conejillo de indias para un nuevo proyecto de la OCP bajo el nombre clave de: Robocop.

Alguna vez escuché a alguien definir a esta película como un comic fílmico y ciertamente hay motivos para ello. Su protagonista posee suficientes elementos para ser considerado un superhéroe. Sin embargo, esto es una visión muy limitada de lo que este filme es. Para empezar está el villano del cuento: el arrollador capitalismo neoliberal personificado en la OCP.  La posición de esta compañía es mostrada sutilmente mediante varios diálogos que caracterizan el entorno dónde su influencia está presente en prácticamente todos lados y cuyas acciones únicamente buscan beneficios para sí misma sin importar llevarse toda una ciudad entre las patas. Muy elocuente y clarificador resulta el diálogo entre dos criminales en la que describen perfectamente a la OCP (y por lo mismo a todas la multinacionales), cuando luego de un robo uno de ellos pregunta: “Robamos dinero para comprar coca venderla y sacar más dinero, ¿no sería más simple quedarnos con el dinero que robamos?”, a lo que uno de sus compañeros responde: “Siempre he creído que la mejor forma de robar es la libre empresa”. Además, entre secuencia y secuencia encontramos pequeños spots informativos que nos describen la decadencia del mundo y sugieren de manera velada que es a causa del debilitamiento del gobierno y el ascenso de las grandes corporaciones.

Durante el desarrollo del film vemos las rivalidades y los juegos sucios entre los ejecutivos de la OCP, de donde surgirá el proyecto Robocop. El cyborg se revela como una fuerza de la ley muy efectiva que de inmediato encumbra a su creador, Bob Morton (Miguel Ferrer), a un puesto importante dentro de la compañía lo que genera la ira de Dick Jones (Ronny Cox), el segundo al mando de la OCP. Jones rápidamente asesina a Morton utilizando a un jefe mafioso llamado Clarence Boddicker (Kurtwood Smith). Robocop descubre la conspiración e intenta arrestar al ejecutivo de la OCP. Sin embargo le resulta imposible puesto que su programa le impide arrestar a los ejecutivos de la empresa que lo creó, en una clara alegoría de la ley subyugada a los intereses económicos imperantes. De aquí inicia el conflicto esencial del protagonista.  

Hay quién opina que Robocop es una especie de actualización del mito de Frankenstein, pero ciertamente me parece un enfoque inadecuado. Robocop sufre de una clara crisis de identidad cuando comienza a recordar su pasado y darse cuenta que una vez fue un hombre. Hasta ahí hay cierto parecido con la criatura de Mary Shelly, sin embargo la posición del héroe cibernético en la historia me parece más una metáfora del consumismo como medio de control sobre el ser humano a tal grado de prácticamente “robotizarnos” y dictar nuestro patrones de conducta convirtiéndonos incluso en productos fabricados en serie y la repentina rebelión de Robocop es en realidad la naturaleza humana que se revela contra ese dominio (y cuyo mensaje es precisamente incitar a dicha sublevación). Esto queda claro cuando los demás policías son enviados a destruir a su otrora compañero por mandato de Dick Jones. Uno de ellos exclama: “¡Esperen, es uno de los nuestros!”, pero el líder del grupo de agentes replica: “Las órdenes son destruirlo”, sentencia como un dogma sagrado e inviolable antes de ordenar el fuego. No se necesitan partes artificiales para ser un autómata. 

 Para finalizar y a manera de conclusión, cabe señalar que gracias a su gran dinamismo y a su acción hiperviolenta Robocop se convirtió en un éxito, lo que lo llevó a que surgiera toda una franquicia a su alrededor cuyos productos posteriores sólo consiguieron desdibujar su contenido subversivo y por ello ser menospreciada por la crítica “seria”. Una verdadera pena.

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