Serie negra (II): Roseanna, de Per Wahlöö y Maj Sjöwall.


Normalmente los aficionados al género policiaco (o negro) siempre que pensamos en clásicos nos vienen a la mente nombres como Conan Doyle, Agatha Christie, George Simenon, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ed McBain o Patricia Highsmith, cuyas obras marcaron (y aún siguen marcando) pautas para los autores que siguieron cultivando este tipo de literatura. Dichos autores componen para los lectores que vivimos de este lado del Atlántico (América) todo el universo literario del género negro. Sobre todo para los países hispanohablantes. Sin embargo, los europeos además de los escritores citados líneas arriba han tenido la suerte de tener acceso a otros autores menos conocidos a nivel mundial pero cuya calidad es indudable. Este es el caso de los periodistas suecos Per Wahlöö y Maj Sjöwall, reconvertidos en autores policiacos a partir de 1965, año en que publicaron el primero de una serie de diez títulos: Roseanna.

Roseanna (Suecia, 1965), inicia con el macabro descubrimiento de cadáver de una joven mujer en un río cercano a un pueblo de Suecia. La policía local no está preparada para afrontar un caso semejante por lo que pedirán ayuda a sus superiores en Estocolmo. Es así como entran en escena Martin Beck, comisario de la Brigada Nacional de Homicidios de Estocolmo, así como su equipo de subalternos. Así iniciará una larga investigación que buscará, en primer lugar, identificar a la víctima, para posteriormente dar caza a su asesino.

Esta novela se adscribe a las obras de tipo police procedural en las que en vez de haber un detective ultra-racional (como Sherlock Holmes) o un tipo duro (al estilo Philip Marlowe), nos topamos con un equipo de policías bastante ordinario pero que en base a los métodos de investigación “reales” (y una terquedad admirable) consigue resolver los casos. En este detalle se nota la influencia de Ed McBain (de cuyos libros Maj Sjöwall fue traductora), sin embargo se diferencian en que los personajes son mucho más humanos y mejor perfilados que en las novelas del norteamericano. Además, que se nos presente el desarrollo de investigación  policial como un proceso lento y burocrático en el que la mayor virtud de los policías es la constancia más que una sagacidad sobresaliente (no son tontos, pero tampoco genios), tiene implícita una intención desmitificadora de Suecia como el idílico paraíso social-demócrata que intentaba reflejar en los años sesenta. Es por ello que son comunes episodios donde el funcionamiento de las dependencias gubernamentales (policiacas o civiles) se nos muestran como torpes y desorganizadas:

Bajo la sucesión de esclusas de Borenshult, hay un rompeolas que protege el acceso de las agitadas aguas del lago cuando sopla viento del este. Al abrir el canal al tráfico aquella primavera, la entrada empezó a llenarse de lodo. A los barcos les costaba maniobrar y sus hélices levantaban del fondo densas nubes de fango gris amarillento. No fue difícil darse cuenta de que había que hacer algo y, por el mes de mayo, la compañía del canal solicitó un dragado al Servicio Nacional de Carreteras y Vías Fluviales. La solicitud pasó por las manos de unos cuantos funcionarios indecisos, hasta que finalmente fue remitida a la Administración Marítima de Suecia, que consideró que el trabajo debía realizarse con una de las dragas de cucharón que poseía el Servicio Nacional de Carreteras; institución que concluyó que este tipo de dragados dependía, en efecto, de la Administración Marítima. En un gesto desesperado, alguien intentó remitir el asunto a las autoridades portuarias de Norrköping, quienes inmediatamente devolvieron la petición a la Administración Marítima; ésta, a su vez, la dirigió al Servicio Nacional de Carreteras y Vías Fluviales, momento en que alguien cogió el teléfono y marcó el número de un ingeniero que realmente entendía de dragas de cucharón. Sus amigos le llamaban Limpiafangos. Sabía, por ejemplo, que de las cinco dragas de cucharón de almeja que existen sólo una tenía las dimensiones adecuadas para atravesar las esclusas. Su verdadero nombre tenía ecos mitológicos, Grifo, pero la gente lo llamaba, por supuesto, Guarro, y dio la casualidad de que se encontraba en el puerto pesquero de Gravarne, en la costa oeste. La mañana del cinco de julio la draga amarró en Borenshult ante la admiración de los niños del pueblo y de un turista vietnamita. (Roseanna, pág. 9)

Pero no es el único rasgo desmitificador de la novela. El protagonista (al menos de forma nominal), Martin Beck es un tipo triste, enfrascado en un matrimonio que la rutina ha terminado por hundir y cuyo único rasgo sobresaliente es su dedicación a su trabajo. Así no encontramos nada de heroicidad ni cualesquier otro rasgo extraordinario. Simplemente es un hombre que intenta hacer su trabajo lo mejor que puede, apoyado siempre por sus subalternos que son los que hacen la mayoría del trabajo sucio en la investigación.

Aunque la novela es algo lenta (como la misma investigación), la sutil crítica social y la caracterización y desarrollo de los diferentes personajes por medio de una prosa seca pero precisa hacen que la lectura sea apasionante (lo que no excluye un episodio realmente trepidante para cerrar el texto). En definitiva, una joya del género negro y de la literatura sueca en general.

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