Curiosidades (6): Una muerte muy saludable, de Orlando Ortiz

 


Algo en lo todos podemos estar de acuerdo es en que la figura más relevante del género policíaco en México es sin duda Paco Ignacio Taibo II. No sólo es un referente nacional sino internacional con su prolífica obra del género y por ser una de las mentes creadoras detrás de La semana negra de Gijón, el festival de novela negra más importante del mundo hispanoparlante. Además, se le atribuye el inicio de una nueva modalidad de la narrativa de género negro, denominada como Neopolicíaco y que dejaría una larga estela que sería seguida por diversos autores a lo largo de toda Latinoamérica. Una de las obras más desconocidas de nuestro país que se adscribe a esta variante del policíaco es Una muerte muy saludable, de Orlando Ortiz.

La novela narra la historia de Pablo Mistral, un periodista de la Ciudad de México, quien tras investigar una serie de asuntos peligrosos es despedido del periódico donde trabaja y debe exiliarse al puerto de Gatos Pardos, una ciudad ficticia del golfo mexicano. Ahí trabará una singular amistad con el comandante Juan Cabrales Aquilino y el agente del Ministerio Público, Cernícalo González. Gracias a sus dotes de investigador, el periodista ayudará a la pareja de funcionarios a resolver diversos crímenes.

Estos tres personajes son el alma del libro. Pablo Mistral es un personaje arquetípico del Neopolicíaco: con una cultura por encima de la media, inteligente y con grandes dotes de observación y deducción, además de una consciencia social bastante desarrollada. No obstante, lo que lo distingue es que al llegar a Gatos Pardos debe alinearse al sistema y dejar atrás su idealismo, pues se encuentra en una situación económica precaria (debe mantener a una esposa y un hijo recién nacido) y no puede darse el lujo de perder su empleo. Por ello, incluso acepta un pago por parte del comandante Cabrales para ‘suavizar’ las notas en las que se informa sobre los excesos cometidos por la policía. Esto le da una dimensión más humana al personaje, pues no se trata de un héroe impoluto como el de otras novelas de este tipo. Por otra parte, el comandante Juan Cabrales Aquilino es también bastante cliché dentro de los cánones del género negro en México: es un policía corrupto, violento, de aspecto desagradable y con muy pocas luces. No obstante, destaca a causa de su gran inteligencia política, la cual, le permite sacar provecho de cualquier figura de poder local y regional (alcaldes, senadores, ministerios públicos, procuradores), gracias a la infinidad de lazos de compadrazgo que ha establecido con todos ellos. El último es el licenciado Cernícalo González, un agente del Ministerio Público, hombre de gran cultura, aficionado a la verborrea pomposa y grandilocuente que lanza sentencias latinas a la menor provocación. No parece ser un tipo tan corrupto como su compadre, el comandante Cabrales, pero tampoco tiene problemas con sus métodos brutales y con su excesivo estilo de vida (claramente por encima de sus posibilidades como servidor público).

En cuanto a lo formal, la novela tiene una estructura, llamémosla, antológica. En vez de ser una sola historia que abarque todo el libro, está dividida en un Epílogo (que funciona como prólogo) y cinco casos a los que se enfrentan Mistral y compañía. El primero es el asesinato de un judío homosexual que resulta ser un agente del Mossad, por lo cual, su muerte puede tener implicaciones políticas; en el segundo, el comandante Cabrales narra cómo se vengó de un muchacho que “mancilló” la honra de una de sus hijas; el tercero, investigan el aparente accidente en que muere el hijo de un senador (compadre de Cabrales) durante un viaje de buceo; en el cuarto, Cernícalo y Cabrales le narran al periodista cómo atraparon a un violador serial; y en el quinto y último caso, el trío se enfrenta a La Bestia, un asesino en serie que marca a sus víctimas con el satánico número 666. El problema con esta estructura segmentada es la irregularidad en cuanto a la calidad de los relatos, pues los primeros son divertidos, mas no destacados; en cambio, en el último la calidad se eleva considerablemente. Este contraste genera una impresión de desequilibro en la lectura de la novela difícil de ignorar. En consecuencia, como obra policíaca funciona sólo a medias.

Por otra parte, el tono general del texto oscila de un humor socarrón (rayando incluso la sátira) en las primeras cuatro historias, a uno ligeramente más oscuro en el último caso, que abarca alrededor de un tercio del libro. No obstante, detrás de esta aparente ligereza se esconde un muy buen retrato de la sociedad de la primera mitad de los 90, pues se muestra sutilmente las relaciones de poder entre diferentes actores sociales: líderes obreros y campesinos, políticos, policías, periodistas, empresarios, etcétera. Además de denunciar varios males nacionales como la corrupción, el machismo, la homofobia, el exacerbado conservadurismo y doble moral de la gente de buenas consciencias del país. Este aspecto es quizá su mayor fortaleza.

Pese a sus fallas resulta fácil recomendar esta novela. No está ni de cerca al nivel de su referente más inmediato, es decir, Taibo II; aun así, tiene bastantes méritos como para ser una buena lectura. No la considero una obra fundamental, pero merece reconocimiento al formar parte del Neopolicíaco, una corriente bastante importante de la literatura Latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX.

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