Curiosidades (16): El almacén de Coyoacán, de Alicia Reyes

 


El primer gran modelo de la literatura policíaca fue la llamada “novela-problema”, también conocida como novela de enigma. Ese esquema en el que un detective con grandes habilidades de observación y deducción hacía uso de dichos recursos para resolver intrincados crímenes ocurridos, generalmente, en algún espacio cerrado tales como alguna casa solariega en la campiña inglesa o a bordo de trenes recorriendo tierras orientales. Sin embargo, adaptar dicho modelo al contexto latinoamericano en general, y al mexicano en particular, resultaba bastante complicado. Pues la corrupción de la policía y los funcionarios jurídicos hacía que dichos relatos resultaran bastante inverosímiles. Es por ello que la llamada novela negra, con sus ciudades decadentes, sus personajes moralmente ambiguos y su violencia descarnada tuvo mejor acogida en estos lares. No obstante, hubo quien aun así intento crear sus detectives cerebrales y sus crímenes de salón. Uno de los casos más tardíos fue Alicia Reyes, quien a final de los ochentas publicaría un par de novelas siguiendo esta línea. Su segunda novela es la que se analizará en esta reseña.

El almacén de Coyoacán (1990) narra la historia de la muerte de Eduardo Urrato, gerente de un almacén farmacéutico en la Ciudad de México. Aparentemente se trata de un trágico accidente, pues la víctima murió aplastada por una torre de cajas que se le vino encima. No obstante, el sagaz periodista, Víctor Serrano, sospecha que hay mano negra detrás de dicho fallecimiento. Oliendo una jugosa historia, se pone a investigar para esclarecer las circunstancias del caso.

La novela está escrita con un estilo sobrio, sin grandes alardes estilísticos, muy propio de la literatura de enigma. No obstante, a ratos se toma ciertas licencias y entremezcla el lenguaje puramente literario con uno más coloquial, lo cual le otorga un poco más de entidad al mismo. La trama es correcta y en general bien llevada, aunque su tramo final se resuelve de forma demasiado apresurada. Lo que de verdad destaca es el desarrollo de algunos personajes, como la esposa de la víctima, Doña Meche, o el inspector Núñez. Con ellos explora aspectos bastante oscuros y por ello parecen caracteres más propios del noir que de una novela de enigma. El resto del elenco funcionan más o menos bien, pero sin destacar especialmente. Sólo se exploran sus posibles motivaciones para asesinar a la víctima y poco más.

Pese a sus aspectos positivos, la novela no funciona todo lo bien que podría hacerlo. El primer problema es su protagonista, Víctor Serrano. Es un personaje perfecto, sin ningún defecto. Por ello resulta absolutamente aburrido y no posee ni pizca del carisma o encanto de otros detectives del género como Hércules Poirot o el padre Brown. Es un periodista exitoso, gran escritor y al parecer bastante atractivo para las mujeres. Incluso Holmes tenía sus fallas, como ser demasiado soberbio y su gusto por las inyecciones de cocaína diluida en una solución al siete por ciento. Serrano, al estar tan idealizado resulta demasiado inverosímil, incluso para los estándares de la novela de enigma.

Además, por momentos la autora abandona la trama principal para centrarse en aspectos accesorios que no necesariamente vienen a cuento. Esto no sería un problema si no se sintiera que por ello descuidó el desarrollo del argumento y que al final tuvo que resolverlo de un plumazo en apenas unas pocas páginas, lo cual resulta bastante insatisfactorio para el lector.

A manera de conclusión diré que El almacén de Coyoacán resulta una novela de enigma correcta, con algunos toques de interés que, sin embargo, se diluyen por lo desequilibrado de sus elementos en conjunto. Está lejos de ser la mejor novela de enigma escrita en México y por ello sólo la recomiendo si te gusta mucho esta modalidad del género.


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